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EL PODER DE LAS PALABRAS Y DE LA EXPERIENCIA, por Javier Cerda Reyes


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Cada vez que mis pies tocan el blando suelo de un bosque milenario; cada vez que me baño en el mar infinito de la costa infinita; cada vez que siento la implacable lluvia de Chiloé caer sobre mi espalda; o cada vez que un gigante alerce me recoge el alma con su presencia, yo me pregunto qué pasaría si ellos no estuvieran: ¿qué pasaría si el bosque, el mar, la lluvia y el alerce no estuvieran?

Entonces, resulta imposible que los baltis no se crucen por mi cabeza, una lejana cultura de montaña que habita en el norte de Pakistán. Un pueblo que no posee lenguaje escrito y que compensa esa carencia transmitiendo de generación en generación una minuciosa y rica historia oral. Ciertamente, resulta sorprendente el hecho de que un balti pueda recitar su árbol genealógico, ¡remontándose a veinte generaciones atrás! Yo creo que podría hacer ese ejercicio solamente hasta mis bisabuelos.

En el caso de los baltis el lenguaje escrito es el que está ausente. En nuestro caso, pienso y siento, que la carencia más grande imaginable que podríamos enfrentar sería la de vernos vistos faltos de nuestro patrimonio natural; un legado que es –al menos– contundente, frágil y cambiante a la vez.

En Chile, el hecho de que la mayoría de la población viva en ciudades (cerca de un 87% según el censo de 2002) ha generado que por sobre todo niñas, niños y jóvenes hayan perdido contacto con la naturaleza no humana. Dicha situación ha llevado a la extinción de la experiencia, pues muchas veces las personas no conocen y por tanto, no valoran (ni aman) las bondades y beneficios de los ecosistemas y especies nativas. De esta forma, con lo que nos hemos quedado ha sido con una disociación (en menor o mayor nivel) entre los modos de vivir (cultura) de personas que habitamos en ambientes urbanos y la naturaleza “chilena”.

Al mismo tiempo, el avance de la era audiovisual ha transformado la forma de percibir el entorno y la capacidad creativa se ha visto eclipsada por medios que brindan imágenes y momentos prefabricados y predigeridos. En un contexto así, la primitiva tradición del contar, el oír y el imaginar ha perdido vigor.

En contrapartida, la tradición oral –como parte del patrimonio inmaterial y como mecanismo de transmisión de cultura–, representa un camino que lleva a las raíces del saber popular. Ese conocimiento y sabiduría local forman parte del archivo histórico que comprende la memoria colectiva,[1] y que típicamente se difundió a través de la palabra hablada.

Pero no sólo eso, la tradición oral de narración de cuentos, historias y cosmovisiones, configura también un ámbito de encuentro entre lo humano y todo aquello que no opera con palabras, es decir, la naturaleza.

Dicho lo anterior, mi invitación es a que nos atrevamos a re-crear relatos tradicionales chilenos, en donde ojalá los protagonistas sean etnias, personajes rurales, seres mitológicos, plantas, hongos y animales nativos (y no de África o de alguna otra parte del mundo). De esta forma, los más jóvenes de nuestro país podrán re-crearse en esos relatos y podrán remontarse a situaciones similares ocurridas anteriormente, lo que les ayudará a forjar su porvenir. Así, estaremos aportando con un granito de arena a formar identidad y sentido en ellos y en nosotros.

Si además, complementamos las palabras con experiencias, es decir, con salidas a la montaña, al desierto, a los ríos, a los bosques y a las playas que encontramos en Chile, entonces estaremos aportando a desdibujar la aparente dicotomía entre cultura y naturaleza; a entender que somos uno; y estaremos cada vez más cerca de comprender que el fin último de la cultura es convertirse en naturaleza. Quizás, así seremos capaces de hallarnos en casa en cualquier parte de Chile y de no usar el medio ambiente meramente para escapar y vacacionar.

La carencia trae consigo algo positivo. En el caso de los baltis, la ausencia de escritura permite que aflore en ellos una rica tradición oral. En el caso de los chilenos, depende de todos nosotros (sí, de todos) que primero, nuestro bello patrimonio natural no desaparezca y que segundo, seamos lo suficientemente sabios para apreciar nuestros paisajes cuando todavía están presentes. Una geografía que por lo demás, es una de las más alucinantes del mundo y probablemente, también del Universo. Sólo así florecerá en nosotros y en Chile un patrimonio material e inmaterial que representará nada más que ganancias; de tipo espiritual, escénico y también económico.

[1] Toledo, V. M., & Barrera-Bassols, N. 2008. La Memoria Biocultural: la importancia ecológica de las sabidurías tradicionales.

*Javier Cerda, Biólogo (Universidad Católica, 2014), Diplomado en comunicación de la ciencia (Universidad de Chile, 2015) y Cuentacuentos. Colaborador en Kauyeken.

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